Marina Monsonís, la grieta miedo donde la cocina se llena de luz

2023-02-22 18:06:27 By : Mr. Wen Dan

La activista y autora de 'La cocina situada' Marina Monsonís 

Pocas personas tienen la extraña habilidad de moverse como pez en el agua ahí donde a la mayoría de mortales les tiemblan las piernas. Los grandes cambios, también en el ámbito de la alimentación, no se logran por generación espontánea y requieren del tacto de seres elegidos que asumen el conflicto, a veces incluso violento, con sorprendente naturalidad. A esta capacidad innata, Marina Monsonís la llama “cohabitar tensiones”, porque abrazar la incertidumbre sin miedo al vacío como parte fundamental de la transformación se aprende pisando las calles del barrio y oliendo el mar desde el muelle, no tanto en los congresos y dictando cátedra desde las universidades.

“La tensión no suele ser cómoda para nadie, pero es en la tensión donde se abren grietas para generar creatividad. La tensión es ese lugar, a veces luminoso a veces oscuro, desde el que partir hacia territorios desconocidos”, dice Marina con un lenguaje cristalino pese a su disléxica y supuesta dispersión que menciona cuando pretende hilvanar un sentido lógico a sus procesos mentales. 

Con o sin salvavidas para llegar a buen puerto, esta hija, nieta y bisnieta de pescadores ha elegido el arte para explorar los siete mares de la soberanía alimentaria en talleres de cocina consciente del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) y en La cocina situada, un diccionario gastronómico ilustrado para expandir la mente hasta un nuevo estado mental al ritmo de las olas. “Es muy importante seguir construyendo huertos urbanos, recuperar tierras perdidas, reconocer plantas olvidadas, apostar por cultivos agroecológicos, dar soporte a la pesca tradicional, reducir el consumo de carne roja y escuchar a las juventudes veganas, pero siempre intentando crear alianzas para comprender ecosistemas y otras realidades”.

Sin imponer nada y convenciendo con el gesto, la palabra y el acto, Marina Monsonís está convencida que este es el camino para “desmontar un sistema alimentario global que nos engulle, un sistema jerárquico, piramidal, violento, machista, extractivista y racista”. Poniendo un ejemplo concreto, si lo que se pretende es hablar del futuro del consumo de carne, esta agitadora cultural y activista política es de las que prefiere sentar en la misma mesa de diálogo a portavoces de la ganadería extensiva, del pastoreo, el ecofeminismo y el antiespecismo antes que dar espacio exclusivamente a las voces en sintonía con su ideología. 

Y es que, una vez expulsada toda la tensión inicial en una sacudida colectiva, sabe que a posteriori es factible llegar a puntos de encuentro insospechados a simple vista. “Estirando del hilo del pensamiento crítico nacen nuevos espacios de co-aprendizaje y realidades esperanzadoras. Soy consciente que mi voz es minoritaria dentro de un sistema alimentario fallido y cuando salgo de mi burbuja me pego de morros con la dura realidad. Ahora bien: tiene que darse un gran salto por narices porque nos va la vida en ello”.

Marina Monsonís en uno de sus talleres del MACBA 

Rellena de salinidad desde el nombre propio hasta las entrañas, María Monsonís a veces parece que esté cubierta de escamas y no de piel humana. “Mi memoria familiar y doméstica está estrechamente vinculada al mar, a la cocina marinera y al pescado. La experiencia de ser una persona de barrio y del mar me atraviesa de la cabeza a los pies. Excepto mi padre, que era estibador, procedo de cuatro generaciones de pescadores procedentes de Vinarós, Málaga y Almacelles”. 

De aquí que su historia particular haya madurado gracias al vaivén de la memoria transgeneracional encima de la barca. “En casa siempre hemos utilizado el lenguaje del mar para comunicarnos y la cocina de pesca para alimentarnos. Mis abuelas remendaban las redes y hemos recuperado recetas olvidadas cantando canciones de alta mar y preguntando a las ancianas del barrio”. No en vano, introdujo una rutina antes de cada reunión familiar en la mesa “Antes de comer cantamos una canción marinera para conectar con nuestros antecesores que hacían posible que el pescado llegara a la mesa”.

“Pescador que dentro del mar

vas a jugarte tu vida,

demuestras que no es mentira

cuando dicen que el pescado es caro”

Curiosa manera pagana de bendecir la mesa, que cobra todo el sentido del mundo entre platos humeantes de rossejat de arroz que rebosan orgullo de clase y conocimiento de causa. “Cuando mi abuelo murió, la familia decidió plasmar en papel un poema marinero de Khalil Gibran que entregamos como recuerdo funerario a todos los presentes. El verso decía así… “Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el mar”. 

Involucrada en los movimientos sociales, Marina Monsonís se reveló ante ese pensamiento inmóvil de parte de su entorno más próximo que defendía “una Barceloneta para los de la Barceloneta de siempre”, como si los recién llegados fueran de segunda categoría. “Digan lo que digan, la gente que vive y trabaja en la Barceloneta es y será de la Barceloneta”. Según su criterio, no hay un contador con un tiempo estipulado para repartir carnés identitarios sin caer en racismo. Es aquí donde subyace uno de los temas centrales de su labor multidisciplinar: comprender el significado de conocimiento situado, procedente de teorías feministas, y el conocimiento desplazado y su convivencia a través de la gastronomía. “Mi universo de la Barceloneta ya no es el suquet de peix de mis bisabuelos cocinado en la barca. Ese ya no es el conocimiento situado de mi barrio. Sí lo es en cambio, los cientos de africanos que pescaban en sus mares y ahora se ganan la vida como pueden con el denominado “top manta”, personas que venden en las calles y me explican que en casa cocinan thieboudienne, una receta tradicional del Senegal a base de pescado, arroz y verduras”.

A Marina Monsonís le interesa aprender esa receta tradicional y cocinarla con pescado de proximidad. “Lo mismo sucede con mis vecinas marroquíes con las que trabajo en las cocinas colectivas… ¿Cómo puedo hacer una kefta de sardinas de temporada y de proximidad? ¿Cuántos ingredientes tendré que hackear o modificar para adaptar la receta india de las pakoras con harina de garbanzo y pescado de un niño escolarizado en una escuela pública de Barceloneta con padres indios? ¡Eso es conocimiento desplazado! Estas dos recetas en toda la costa mediterránea tienen sentido ¿Por qué no se pone de moda una albóndiga de pescado de proximidad sin gluten y con omega 3 por un tubo en lugar de una tostada de aguacate con salmón y salsa holandesa? La cultura está en constante movimiento y la cocina es conexión en movimiento. Por eso podemos aprender mucho en el punto de intersección del conocimiento desplazado y situado a las puertas de nuestro hogar”.

'La cocina situada', el diccionario gastronómico de Marina Monsonís 

Esto es todo lo que lucha por recuperar en su libro ilustrado gracias a la buena mano de Carla Boserman. “Me interesaba mucho dejar bien a las claras que este diccionario gastronómico está basado en un lugar muy concreto. No es un libro de cocina de cualquier lugar, es un libro de cocina de un lugar muy particular. E incluso hay partes muy autobiográficas. Sin duda alguna, es un libro sobre cocina situada, pero también sobre cocina desplazada. No quería un libro de cocina tradicional desde la nostalgia de la tradición perdida. Para mí, la memoria gastronómica debe ser táctica y eso implica que en la actualidad quizás es mejor cocinar un buñuelo de brotola de fango que de bacalao. O lo que es lo mismo, un buñuelo con un pez mediterráneo que no esté en peligro de extinción y que pescan los pescadores de mi barrio. Me interesa hablar de esto y de conceptos políticos que van más allá de técnicas y recetas culinarias. Si soy del barrio de pescadores de la Barceloneta quiero explicar que el extractivismo de la pesca industrial se está cargando la pesca artesanal y los ecosistemas marinos de África”. 

Con esta premisa innegociable, los conceptos incluidos en este diccionario, desde utensilios, saberes populares, plantas y pescados hasta recetas de aprovechamiento, poemas y tradiciones culinarias, crean el escenario perfecto desde el que abordar las complejidades, los debates y las contradicciones del sistema alimentario actual. “Gracias a las voces y miradas de pastoras, periodistas, biólogas, agroecólogas, activistas y literatas, busco establecer las bases para una alimentación más coherente, honesta, saludable y respetuosa”. El reto del libro era explicar conceptos alimentarios que la mayoría de veces son muy complejos de definir. “No hay ciencia, hay historias personales y anécdotas cotidianas para que sea más accesible. Por ejemplo, la agroecología o la soberanía alimentaria son conceptos clave que la gente no suele usar en la calle, pero interiorizarlos y aplicarlos, aunque sea inconscientemente hará posible trazar un camino hacia una comida más justa para todos. Al fin y al cabo, todos queremos comer mejor junto a nuestros seres queridos y estar conectados a la vida, ¿verdad?”.

Por eso, pese a ser anti-recetas por naturaleza, Marina Monsonís tuvo claro que el diccionario debía incluir algunas recetas explicadas paso por paso, porque era la mejor manera de entender que las formas más sencillas de cocinar y comer pueden ser las más justas, amigables y económicas con el territorio. “El ejercicio que más me costó fue saber poner punto y final, no añadir más palabras. Ahora veo el diccionario y creo que me dejé conceptos importantes como granel, supermercado colaborativo, transgénicos o vino. Tengo el diccionario en la mano y claro que veo que faltan algunas cosas, pero el libro se tenía que cerrar y publicar en algún momento”.

Podría ser un diccionario infinito, ya que son muchas las cosas que no soporta del sistema alimentario actual. Empezando por una situación muy perversa que hemos asimilado casi sin alzar la voz. “Las grandes corporaciones de alimentación y las cadenas de supermercados se están apropiando del discurso del ecologismo, se están apoderando de un lenguaje que nunca fue el suyo. El denominado greenwashing me da mucha grima porque es parte de la táctica del capitalismo salvaje hacernos creer que su transformación real”. 

En ese sentido, Monsonís tampoco entiende por qué algunos agentes del ecologismo más activista se equivocan de diana donde cargar las tintas. “¿Por qué ven a un payés de la vieja escuela como su enemigo? El agricultor de toda la vida con deudas hasta las cejas y que ha tenido que apostar por técnicas más industriales no es el malo de la película. Es un error de base muy grave. Tendrían que ser los máximos aliados si lo que se quiere es una transición agroecológica. El conflicto es poliédrico y no puede ser que un joven urbanita con formación académica que ha abrazado el activismo agroecológico vea como el enemigo a batir a un pescador de quinta generación. La mujer que cocina con un caldo industrial de pollo para llevar una sopa caliente a los vecinos que están evitando un desalojo en el barrio no es su enemiga ¡No todo es lo mismo! Como tampoco es lo mismo mi postura de un cierto privilegio en una cocina colectiva de barrio comparada con la de una señora de 90 años que ha pasado una guerra y ahora vive con una pensión ridícula. No se le puede exigir lo mismo a todos porque convivimos a diario con situaciones de desigualdad. Precisamente esto es aprender a cohabitar tensiones y mi responsabilidad es transmitir estas tensiones desde proyectos a pequeña escala formulando las preguntas correctas desde la artesanía, el arte y la cultura”. 

Preguntas necesarias que apelan directamente a nuestras debilidades como seres implicados en el sistema alimentario. “¿Por qué los barceloneses tenemos tan poca cultura de mar siendo una ciudad costera? Yo crecí durante la supuesta apertura al mar durante el periodo previo a la celebración de las Olimpiadas de Barcelona 92 y creo que fue una apertura física que no logró reconectarnos emocionalmente con el mar. Se puede modificar la arquitectura urbana para no estar de espaldas al mar, pero nunca lograrás conectar el mar con sus ciudadanos desde la cocina tal y como se lograba en los merenderos. En esos humildes locales que se derribaron para lograr una supuesta Barcelona más bonita es donde convivía todo el conocimiento del pescado de proximidad con un turismo local que venía expresamente a comer pescadito frito y arroz a banda. Esa conexión real se ha perdido. No se logra reconectar caminando por el paseo marítimo o tostándose al sol en la playa”. 

Fotografía de un taller de cocina de Marina Monsonís 

En esta crítica velada a las instituciones políticas subyace la idea de la falta de programas de reconexión y conocimiento marino a nivel pedagógico, que sugieren otra pregunta incómoda a Marina Monsonís. “¿Por qué no me explicaron nunca nada sobre el mar y los peces en la escuela? Tenemos escuelas con librerías llenas de peces exóticos del Amazonas y no tenemos nada sobre el peligro de extinción del bacalao en el Mediterráneo. Tampoco tenemos ni idea de qué especie de pez es una brótola de roca. Es muy marciano que algunas escuelas situadas delante del mar tengan un huerto urbano y ningún programa de conocimiento del medio marino. En la antigua Escola del Mar, fundada en 1922 en la Barceloneta y que fue destruida el 7 de enero de 1938 durante un bombardeo de la aviación italiana, se hacían visitas etnográficas con salidas en barca para explorar el mar y publicaban una revista con cuentos marineros. Saber cuáles son los peces de proximidad y cuáles son las especies mutantes, sedentarias y migrantes o cómo hay que cocinar cada uno de los pescados olvidados ahora parece una quimera”. 

Por eso, desde hace tres años, trabaja a largo plazo en talleres de cocina del MACBA con gente con orígenes y perfiles muy diversos. “Empiezo haciéndoles dos preguntas: qué te gusta ofrecer y qué te gustaría aprender. Busco que el taller sea un soporte o altavoz para todas aquellas personas que están intentando cambiar la realidad alimentaria de Barcelona y alrededores desde una perspectiva muy politizada y alejada de esa idea chupiguay de los chefs mediáticos”.  

Y lo más probable es que, entre los cargos de dirección de un museo, en algún momento alguien discutiera la idoneidad de un espacio de cocina consciente en sus instalaciones o alguien dudara de la necesidad de comprar una nevera entre los presupuestos ajustados del arte, pero Marina Monsonís siempre ha sabido surfear entre esa supuesta ambigüedad si se compara con los oficios de siempre. “Quien más me ha repetido la pregunta de cómo he logrado hacer un taller de cocina dentro de un museo tan reconocido ha sido mi familia. Mi abuela no sabía cuál era mi trabajo y compañeras de las cocinas comunitarias de barrio me siguen preguntando sorprendidas: “¿Trabajas en un museo? ¿Y tú qué haces allí?”. Lo mejor es la respuesta que da mi madre: “Mi hija es un alma libre”.

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