La forma de alumbrarse en la antigüedad

2023-02-22 18:02:00 By : Mr. Andrew Wei

La iluminación propiciada por el fuego se convirtió, a partir del Paleolítico, en compañera inseparable del hombre cuando consiguió hacerla transportable. Este hecho marcó el inicio de la evolución del alumbrado, que se cree fue por medio de un palo o leño retirado de la hoguera a medio quemar, método predecesor de la antorcha y de todos los utensilios para iluminar con llama que hoy conocemos.

A la antorcha le siguió la iluminación con grasa animal —contenida en un recipiente— y posteriormente con aceite; las velas o candelas de sebo y luego las de cera. En el último tercio del siglo XVIII, entre otros utensilios, aparece el quinqué de petróleo. Siendo 1805 cuando se descubre el gas, y en 1813 del primer conato de alumbrado mediante el arco eléctrico. Finalmente en 1879 Edison consigue realizar la primera lámpara eléctrica o bombilla de incandescencia.

Ante la gran diversidad de modelos que estuvieron en uso hasta llegar a la utilización de la energía eléctrica, nos vemos en la necesidad de limitar estas notas de carácter divulgativo, a una exposición de algunos de los utensilios más habituales. Comenzaremos con las velas de sebo y las de cera.

Las velas eran ya utilizadas entre los griegos y la antigua Roma. En Galicia, las elaboradas con sebo, procedente de grasa animal fundida y solidificada, fueron las usadas como forma tradicional de alumbrado por economías modestas. Producían olor al arder y escasa luz.

Las mejores velas eran las fabricadas con cera de abeja, y, como las anteriores tenían forma cilíndrica. Las velas de cera blanca fueron a lo largo de los siglos de uso común en el alumbrado interior de viviendas, y las de cera amarilla, en su color natural, se utilizaban especialmente para fines de culto religioso. Según el vocabulario latino-español de Ruderico Ferdinando de Santa Ella, editado en 1770, al referirse a las varias funciones de la candela de cera dice: «No es licito celebrar la Miffa fin velas encendidas, a lo menos dos, para denotar los dos Pueblos Hebreos, y Gentiles, iluminados con la venida de Chrifto».

La vela lleva por alma en su interior el pabilo o mecha, que es una torcida de cordón de hilo de algodón, para que se encienda, arda y de luz.

Otro material utilizado para confeccionar velas fue la esperma (grasa) de ballena —procedente de la cabeza— donde en Galicia se practicaba abundante caza de este cetáceo en siglos pasados. En la prehistoria se utilizaba el tuétano, que arde sin desprendimiento de humo, y se sabe fue empleado para alumbrarse en la realización de pinturas rupestres. Según el Diccionario de Autoridades, primer diccionario de la RAE (Real Academia Española) editado en 1726, las velas «se llaman así porque a su luz se vela y trabaja de noche».

Las velas de cera se denominaban también bujías, unidad que pasaría a la luz artificial. Una bombilla incandescente de quince bujías era equivalente en luminosidad al que producían quince velas.

Entre los diferentes tipos de velas de cera citaremos el cirio, que es la vela larga y gruesa de un solo pabilo para alumbrado de culto religioso, que se suele colocar en un candelero alto o cirial; el hacha es similar al cirio pero compuesta de cuatro velas largas juntas recubiertas de cera, cuadrada y con cuatro pabilos. En el caso de estar formada por velas retorcidas se denomina antorcha.

En cuanto al tamaño de las velas, en el extremo opuesto de las mencionadas se encuentra la cerilla, que es una vela muy delgada y larga enrollada en espiral. Aunque conocida en Galicia, fue más utilizada en otras regiones de España. Por último citaremos las velas de parafina, sustancia que se destila del carbón, a la que se le añade estearina para que ardan mejor. Debido a su bajo índice de fusión, para endurecerlas se le suele añadir cera micro-cristalina en un proceso industrial.

Como accesorios para mantener la viveza de la llama en las velas, se utilizaban «espabiladeras», también llamadas despabiladeras (por ser propias para despabilar). Consiste en un instrumento en forma de tijera (tijeras de vela) que sirven para recortar el pabilo. Sobre una de las hojas tiene un pequeño recipiente para recoger las pavesas, o trozos del pabilo quemados.

El sistema de apagar las velas mediante un soplido, o con los dedos humedecidos haciendo pinza, dio paso a otro accesorio, el apagavelas. Como su nombre indica sirve para apagar o «matar el fuego de las velas». Se compone de una pieza metálica cónica hueca o en forma de campanilla, por lo general, con un mango que puede ser de diferente tamaño dependiendo de su uso.

En la iluminación de sobremesa, el candelero y candelabro son utensilios que se prestan con frecuencia a confusión. Por extensión se les viene denominando a los dos útiles candelabro, si bien candelabro es el que sostiene dos o más velas y candelero solo una candela (de ahí el nombre). El candelero normalmente suele ser de metal, y siguiendo la estructura de la columna —de basa, fuste y capitel— consta de: una basa ancha denominada pie, que puede adoptar diferentes formas; el fuste toma en el candelero el nombre de vástago, en muchos casos «en balaustre» por recordar dicho elemento arquitectónico en su variedad de formas y distintos estrangulamientos; y el capitel correspondería al mechero, donde se introduce la vela (esto a partir de una determinada fecha, como veremos, ya que el sistema empleado para la sujeción de la vela más antiguo conocido, que perduró hasta el siglo XIV, era mediante un espigo, donde iba clavada). Por debajo se situaba un platillo para retener los lagrimones de la cera derretida (platillos recojeceras).

A partir del XIV cambia la modalidad, dando paso al uso de un mechero, o cilindro hueco situado en la parte superior del vástago para alojar la vela. Tras 1740 la mayor parte de candeleros disponían de mechero o boquilla en forma de copa con el borde ensanchado, para evitar que la cera derretida que escurre por la vela no pase al vástago. Dato que ayuda a establecer su cronología (siempre que se trate de una pieza original).

El candelero fue por antonomasia el porta bujías de la Edad Media, época donde eran relativamente frecuentes los candeleros altos de construcción sencilla, en hierro forjado. Lo fue también del Renacimiento y permanece aún vigente.

En la fabricación de los candeleros predomina entre otros metales el bronce, latón, plata, peltre (estaño aleado con un porcentaje mínimo zinc y plomo), aunque también eran frecuentes de madera, cristal, porcelana y mayólica (loza con esmalte metálico). Los candeleros de plata fueron en principio para economías desahogadas. A partir de 1840, con la invención del electroplateado, los candeleros plateados pasaron a ser mucho más asequibles.

El uso profano del candelero suele ser de sobremesa o colocado sobre diverso mobiliario donde se pueda precisar una fuente de luz, como ornato entre jarrones, relojes, repisas o papeleras (donde se guardan papeles de interés). En escritorios se utilizaban candeleros de reducido tamaño, para fundir bajo su llama el lacre de sellar las cartas.

En cuanto a su empleo en los ambientes litúrgicos, se concentra principalmente en las mesas de altar, acompañando las sacras, para que el sacerdote pudiera leer en la misa ciertas oraciones.

La palmatoria es un pequeño candelero portátil, habitualmente de latón, para ser transportado mediante un mango unido al borde inferior de la base, que tiene forma de platillo, cuya misión es recoger el goteo de la cera derretida, que puede descontrolarse al andar. En algunos casos disponen de un sencillo apagador acoplado al vástago. La palmatoria o candelero de alcoba, era utilizada para retirarse a dormir, entrar y salir de la cama por las inmediaciones del aposento o desplazarse por espacios colindantes. En las grandes residencias señoriales solía haber una pequeña mesa dispuesta con palmatorias en lugar adecuado para que, llegada la hora de retirarse a sus aposentos cada cual cogiese la suya, prendiéndola con la palmatoria que se había dejado previamente encendida.

Además de los ejemplares de metal amarillo, se fabricaron palmatorias de metales preciosos; de porcelana; de vidrio o de cristal. Entre los modelos de palmatoria se encuentran las que tienen un empuje en el vástago para elevar y aprovechar más la vela, y las palmatorias de aceite, menos conocidas, en que la suspensión del vaso está montada en el sistema cardan, similar al empleado en las brújulas o compases náuticos.

El candelabro suele ser más grande que el candelero y de un diseño más elaborado. La parte superior se ramifica en dos o más brazos para sostener otras tantas velas. Su primitivo destino era servir como soporte de candelas que se fijaban en una espiga cónica. Fue común entre los griegos y romanos. El «candelabrum do las candelas fe ponen». Consta de pie (a menudo trifurcado); vástago y brazos coronados por mecheros y arandelas (como en la estructura del candelero). Existen dos tipos de candelabros: los destinados a culto y los de uso profano o doméstico. Los primeros llevan cuencos a modo de tazas (cazuelas de pez) en su extremo superior. Los domésticos suelen ser de dos tamaños: de pie y de sobremesa. Estos últimos son los más abundantes. El material empleado por lo general es el bronce, y su estilo renacentista.

Como referencia para establecer su antigüedad, comentaremos: los que tenían dos brazos alcanzaron hasta 1770, pasando a continuación a fabricarse la mayoría con tres o más brazos, y las velas en lugar de fijarse en espigas cónicas se alojaban en mecheros o cañones de candelero, con platillo recogedor, o sin él.

El modelo de candelabro, aparecido a finales del XVII, con numerosos colgantes de cristal de roca formando pirámide, es conocido por «girandole» por los reflejos luminosos que desprendían. En la actualidad los candelabros encendidos bajo la luz de las velas, continúan empleándose como ornamento en centros de mesa durante las cenas, a veces colocados sobre bandejas de espejo que reflejaban la luz.

En los pazos de Galicia, al igual que el estilo barroco-portugués, frecuente en las camas, estuvo en auge el candelabro rococó (segunda mitad del siglo XVIII) para tres velas en línea, realizado en bronce (del que continúan fabricando réplicas en el país vecino). La fábrica de loza de Sargadelos surtió al mercado un candelabro de tres luces (2. ª época 1835-1842) de loza blanca en forma de torrecillas e inspiración neogótica. Entre los candelabros de fama histórica se encuentra el candelabro de siete brazos del Templo de Jerusalén.

Un modelo de candelabro fijo para ser aplicado a la pared, es el conocido como «brazos para luces» o aplique. Se llaman así los soportes para bujías o lámparas, fijos o giratorios, aplicados sobre superficies verticales, usados principalmente en el medioevo y el renacimiento para velas y antorchas, y en la época moderna para bujías y mecheros de gas. Los brazos para luces de tamaño reducido se emplean en pianos. Suelen ser giratorios y se utilizaban para leer las partituras.

A partir del siglo XVII se empleaban apliques de pared antepuestos a cornucopias o espejos con marcos dorados profusamente decorados (apliques de reverbero) para reflejar la luz. Este sistema de espejo tuvo su predecesor en la lámina de metal pulida.

Entre las lámparas de sobremesa ocupa un notable lugar el «velón». En 1732 era descrito del siguiente modo en el Diccionario de Autoridades: « Inftrumento para las luces de azeite. [léase la « f » por « s »] Es un vafo en figura redonda con una, dos, o más narices, que llaman mecheros, colocado en una vara, u efpiga con fu pie. Hacensfe de diversfos materiales, y en varias formas, u figuras. Llamófe afsi, porque fe vela a fu luz».

Añadimos, que el aceite de quemar solía ser preferentemente de oliva y se depositaba en un vaso o recipiente cerrado llamado cebolla, por lo regular de azófar (latón). De los mecheros salían otras tantas mechas, hechas de torcida de hilo de algodón. Delante de los mecheros se colocaban con frecuencia pantallas móviles —para evitar la luz directa— compuestas de láminas metálicas rectangulares con sencilla decoración estampada. Otro modelo eran las caladas, con fieltro.

La varilla termina en una asa para transportar o colgar el velón, y, después de atravesar el fuste, que es siempre abalaustrado, se fija en un pie circular, amplio y estable. Para que la llama ardiese con más viveza se utilizaban espabiladeras, que solían estar pendidas del velón por una cadenilla debido al frecuente uso.

Gozaron de acreditada fama los velones de la antigua fundición de bronce de Lucena (Córdoba), cuya venta ambulante la realizaban los famosos «veloneros de Lucena», como así recoge la revista Blanco y Negro de 3/12/1916. Su popularidad traspasó fronteras, llegando a tener su mercado principal el Marruecos. Los antiguos velones por su estética, basada en su composición y forma, fueron electrificados.

La luz más utilizada en las viviendas del medio rural era el candil de hojalata, que se vendía principalmente en las ferias o en talleres de hojalatería (como el que existió en Lalín hasta tiempos recientes). De este tipo existen una gran variedad de modelos: de pendurar, de espetar, de pie y de mano para andar por casa.

Para desplazamientos por el exterior en las noches sin luna se utilizaban faroles cerrados, protegidos de cristal, para vela o aceite (antes de la utilización del cristal se utilizaba piel de vejiga o finas láminas de cuerno). En Galicia un inmediato antecesor del farol fue la piña prendida, que se portaba en la mano cogida por el vértice. Una práctica similar queda recogida en la obra Historia de Galiza, dirigida por Otero Pedrayo, para ir de una casa a otra con «os tizóns, que se collen do lume da lareira e se van axitando para que alumen e se non apaguen».

Otro antecesor de luz portátil fue el facho o antorcha de paja. El sistema de alumbrar con una tea encendida fue común en otros muchos países, de antiquísimas culturas. Como utensilio de uso doméstico de colgar utilizado en el interior, citaremos el candil de aceite conocido comúnmente por «candil de garabato». Consta de dos vasos o recipientes de hierro superpuestos de forma troncocónica invertida o de cazo, que tienen en la parte delantera un pitón largo y aguzado, que también le llaman pico —por la semejanza al del ave— o piquera.

El recipiente superior se denomina candileja, y es el depósito donde se pone el aceite que impregna la torcida, cuya punta asoma por el extremo del pitón. Algunos candiles van provistos de atizador, especie de aguja plana para ir renovando la punta de la mecha carbonizada. Al candil de aceite se le llamaba en Galicia «candil de saín» por utilizar aceite se sardina, sustituido posteriormente por aceite vegetal. Su origen se remonta al Antiguo.

La descripción efectuada líneas arriba guarda estrecha relación con las clásicas «lucernas de canal abierto» romanas, a diferencia que, en estas, el deposito de aceite es cerrado con agujero de alimentación.

A los candiles de aceite les siguieron los de petróleo (aceite destilado de petróleo), entre los que citaremos el «quinqué» muy utilizado en pazos y casas grandes, compuesto de un depósito para el combustible con su mechero y un tubo de vidrio que, además de proteger la llama permite una combustión más completa del carburante (lámpara de Argand). Se fabricaban modelos de sobremesa y de techo con pantalla de vidrio lácteo (blanco opaco). A principios del siglo XX irrumpieron en el mercado los candiles de carburo (de gas acetileno) sistema que alcanzó gran popularidad. El carburo se vendía en las ferreterías en piedras, que había que deshacer hasta convertirlas en polvo para su utilización.

Las lámparas colgantes del techo ostentan un historial que por su extensión, en las sucesivas épocas históricas y estilos artísticos, precisa de un tratamiento aparte. En esta ocasión comentaremos solo algunos aspectos. En la Edad Media se gustaba situar las luces de las lámparas en un solo plano horizontal. Durante el Renacimiento se logró mayor riqueza y variedad disponiéndolas en varios planos superpuestos. Las cadenas de donde pendían pasaban por unas poleas para poder bajarlas y alimentar las luces, maniobra que era facilitada por la argolla que aparece con frecuencia situada en la parte inferior de la lámpara. La disposición circular de gran número de luces en un aparato destinado a la suspensión motivó la construcción de la araña.

En la planta principal o planta noble de las casas señoriales, y también en los pazos gallegos, se utilizan las denominadas «lámparas de araña». El calificativo le viene de antiguo por la semejanza y figura que tiene con la araña cuando está extendida. Genéricamente a las arañas de cristal se les llama venecianas, siendo la isla de Murano, situada en aguas de Venecia, el más prestigioso y antiguo centro fabril de vidrio y de lámparas.

Este tipo de lámparas está formado habitualmente por cinco o seis brazos, de los que salen las luces y penden piezas de igual naturaleza. En el siglo XVI las piezas colgantes tenían forma de almendra y estaban compuestas de cristal de roca. En la siguiente centuria pasaron a ser muy facetadas (con muchas caras) en cristal de Bohemia. Baccarat, fundada en 1764 en la cuidad francesa del mismo nombre, se haría famosa por la producción de lámparas de cristal de extraordinaria calidad y elegancia. En España, al igual que las anteriores, siguen gozando de gran prestigio las arañas de La Granja, que lucían elementos colgantes de formas muy variadas; prismas, almendras, campanillas, pandelocas, entre otros.

La luz producida mediante combustión de gas acetileno —hidrocarburo gaseoso que se desprende al ponerse en contacto el agua con el carburo de calcio— supuso una importante mejora en la iluminación. Como ejemplo de este avance tecnológico, pasamos a describir someramente la instalación central que tenía el pazo lalinense de Don Freán en los albores del siglo XX. El carburo se traía al pazo en bidones para ser utilizado en la caldera, ubicada en la esquina de un cuarto de la primera planta, en un departamento ad hoc cerrado con puertas de librillo coronadas por celosías, para airear. Debido al considerable peso de la caldera (estando cargada), el piso de madera se hallaba reforzado mediante tres cortos puntales oblicuos, apoyados por el extremo inferior contra el muro en mortajas.

La canalización del gas desde la caldera a los puntos de alumbrado, se hacía mediante finas tuberías de plomo (poco más gruesas que un lápiz) surtiendo a las lámparas y apliques de pared en las diferentes estancias. El gas salía con ligera presión por boquillas emitiendo un ligero silbido, y ardía con esplendorosa flama. Para regular o cerrar el paso, disponía de espitas o llaves. El sistema de alumbrado con gas acetileno exigía notables precauciones y su escape, en espacios cerrados, podía provocar asfixia.

Por motivos de seguridad era costumbre establecida dejar por la noche un aplique encendido, para liberar presión en la caldera. En Don Freán el alumbrado con gas se mantuvo hasta la llegada de la luz eléctrica en 1957. Como nota curiosa señalar que, cuando se instaló el cableado (entonces venía revestido de tela) se pasaron los cables por el interior de la antigua conducción de plomo, ante el riesgo de que pudiera producirse un cortocircuito en contacto con la madera del techo.

Y finalizamos de remembrar el recorrido por algunos de los utensilios empleados en iluminar tiempos idos. Sirva esta ojeada retrospectiva para que el «alumbrado con llama» no se apague en la memoria.

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